Para su desgracia y la del Real Madrid, a Eden Hazard apenas se le ha visto en el césped desde que llegó a España, hace ya 16 meses. Sin embargo, su duro aterrizaje futbolístico no le ha impedido dejar huella en el vestuario. Simpático como pocos, fresco y bromista, el cariño del resto ya lo tiene, a falta de que su juego imponga el respeto y la admiración que las grandes figuras causan sobre sus compañeros. Se ríe hasta de sí mismo, a veces con humor negro. Una cámara le captó en el entrenamiento del lunes en Alemania fingiendo una lesión, ante la cara de susto de algún compañero,

«De los más majos que por aquí pasaron en años», cuentan en Valdebebas. Por eso todos le buscaron para abrazarle en Mönchengladbach al terminar el partido. Pocas veces un empate había tenido tan buen gusto. «Sabe a victoria», dijo el propio belga a los medios del club. No marcó uno de los dos goles, ni asistió, pero sí formo parte de las descargas de caballería finales que permitieron a los blancos marcar dos tantos en los últimos minutos y limitar así mucho las heridas clasificatorias.

En dos jornadas de Champions, sólo suma un punto el Madrid, lo que no quita que, gracias a los traspiés del resto, todavía tenga en la mano el pase a los octavos. Siempre que rompa a ganar de inmediato: el próximo martes al Inter, sin ir más lejos.

Antes del encuentro, a la llegada al Borussia Park, entraba hablando con el jefe médico del equipo, Niko Mihic, los dos en animada charla por el hall que hace de pasadizo entre el hotel del club alemán y el estadio. En la mano del jugador, la acreditación verde que la UEFA exige como salvaconducto sanitario anticovid.