GRAF8590. MADRID.- El guardameta de la selección española, David De...

David de Gea llegará a la treintena el próximo mes de noviembre. Y lo hará sin haber logrado arrancarse la etiqueta de guardameta sospechoso, una condena que los porteros, siempre los porteros, mantienen por siempre. La historia acostumbra a remitir al brasileño Moacir Barbosa, despreciado tras la derrota en la final del Mundial de 1950. Cuenta la leyenda que, años después, agarró un hacha y despedazó los postes de Maracaná para quemarlos en la hoguera. Qué más da. Ningún exorcismo podía ser suficiente. Él ya se veía un muerto en vida.

A los porteros no se les acostumbra a permitir la redención. Siempre habrá un nuevo partido que jugar. Otro gol que encajar. Tras su suplencia en Portugal, volvía De Gea a la titularidad en la selección frente a Suiza tras una nueva serie de días tormentosos en Manchester. Hasta once tantos había recibido el portero español en sus tres primeros partidos de esta Premier, seis de ellos anotados por el Tottenham en la última debacle en Old Trafford. De Gea publicitó una fotografía estirado, mirando al cielo -más bien a la nada-, y un texto pidiendo disculpas. Pocas veces un delantero debe pedir perdón en el error. Dos realidades en un mismo deporte.

Si bien este último duelo de España contra Suiza pasará pronto al olvido ante lo discreto del juego, quizá a De Gea le apetezca recordar una de las paradas más estéticas de su devenir con la selección. Una mano granítica tras el martillazo propinado por Loris Benito. Una acción que debía haber inaugurado el marcador para Suiza. «La parada fue espectacular», clamó Luis Enrique.