El gol volvió a ser el tormento de un Madrid al que le faltaron muchas más cosas, todo hay que decirlo, pero que en otros tiempos no las necesitaba. Ser futbolísticamente tan correcto como los demás le puede llevar a ser tuteado por cualquiera, si no constata su jerarquía de la única forma posible. El Valladolid lo hizo y muy bien hasta provocar la mejor versión de Courtois, mientras Zidane se desesperaba. El técnico zarandeó al equipo a tiempo. Rectificó el sistema, cambió a Jovic por Vinicius y, entre la fortuna y el error ajeno, el brasileño puso un parche a un acto mediocre. El problema, sin embargo, continúa.
Lo cierto es que Jovic dio más pasos acertados que en Sevilla, pero no dio el paso necesario para justificar su presencia. Cuando tuvo todo el marco de frente, con Roberto brazos en cruz como un condenado en la tapia del cementerio, lanzó alto. Cuando Modric le cedió el balón, mansito, su disparo de empeine salió demasiado esquinado. Al menos, encontraba ocasiones el serbio, que finalmente embocó un testarazo de ariete puro entre palos, pero los brazos de Roberto son largos, larguísimos, casi tanto como los de Courtois. Oler el gol es ya un avance para el serbio, pero la paciencia no es para el área. La de Zidane se colmó en una hora.
La entrada de Jovic, junto al incuestionable Benzema, implicó de inicio la repetición del sistema utilizado ante el Betis, un 4-4-2, en el que Isco sustituyó a Kroos, pero para situarse en el vértice alto del rombo del centro del campo. Es el sitio del malagueño, el único donde puede poner en valor sus condiciones, el último pase y el disparo, un futbolista al que se le indigesta la polivalencia. La tendencia del fútbol actual, donde se vuelve a correr mucho, a veces más que la propia pelota, no favorece a Isco. Su técnica, sin embargo, es como un cofre de esencias que hay que abrir cuando es necesario. Por ejemplo, para filtrar balones a dos nueves. Si no lo hace, el cambio de tercio lo devuelve al banco. Así fue, porque tocaba correr.