Los futbolistas del Real Madrid celebran uno de los goles.

«El placer no es más que el alivio de las tensiones». Le sirvió la evidencia a Burroughs para entender por qué vivía en el delirio anfetamínico. Le sirvió a los futbolistas del Real Madrid para negar su final. Y también para deleitarse con el triunfo ante un Barcelona que acabó hecho un guiñapo. Maldiciendo la particular justicia del VAR. Pero también desorientado y sin estructura alguna. Como muestra, el gol de Modric que cerró el partido, con medio equipo azulgrana de brazos cruzados. Zidane, el icono de Glasgow, tantas veces acusado de ser un simple gestor de grupos, aleccionó en el Camp Nou a Koeman, el héroe de Wembley. La reinvención del Barça continúa lejos. Y nadie sobrevive mejor a sus demonios que el Real Madrid. [Narración y estadísticas (1-3)]

Lo que para el espectador fue extrema diversión en el primer acto, para los futbolistas era desahogo. Los episodios, trepidantes, que se sucedían en una y otra área, sirvieron para corroborar que Benzema es uno de los mejores delanteros del último cuarto de siglo, y que a pocos jóvenes se le adivinan tantas características de estrella como a Ansu Fati. Pero el resplandor acostumbra a cegar realidades no tan agradables.

Como ese doble pivote azulgrana incapaz tanto de defender a su espalda como de dar sentido al juego. Busquets no podía correr hacia atrás, y tampoco tenía la pelota para llevarla con cierto criterio hacia adelante. Koeman, símbolo del Dream Team de Cruyff, prefirió ceder la posesión a su rival y aguardar en su campo. Quién sabe si por obligación o por convencimiento.